Alguna vez escuché, que la mejor manera de desenredar la mente y el corazón es escribiendo. Y acá estoy, con el alma revuelta y el corazón anudado.
Estos días, Feli estuvo dando muchas señales de lo grande que está. Su independencia crece con él, al igual que su personalidad, su capacidad de escuchar, de dialogar y de entender. Y, sin embargo, mis miedos siguen ahí.
Siempre fueron dos: que no tenga amigos y que sea violento, mal hablado o impulsivo... Básicamente, tenía miedo de que fuera mi reflejo. Y con eso, de que sufra lo que yo sufrí.
Hoy, alguien volvió a decirme que soy mal hablada. Sentí el nudo en la garganta, el llanto contenido, la angustia. Me vi escribiendo mails intentando justificarme, y me di cuenta de que esa pequeña Rocío seguía ahí, asomándose en mi adultez.
Mientras tanto, Feli se fue con su abuela. Y ahora siento que me falta algo. Me faltan nuestras charlas a corazón abierto, esas en las que le recuerdo lo valioso que es tener amigos, lo importante de los buenos modos y el corazón bondadoso que tiene.
Él suele dormirse con esas palabras, y en ese instante en que nos abrazamos, siento que los dos encontramos la paz. También la encuentra esa pequeña Rocío, la que alguna vez necesitó que le explicaran la importancia de los vínculos, en lugar de asustarla con la soledad. La que necesitaba más abrazos y menos reproches. La que hubiera querido escuchar que su corazón bondadoso siempre iba a ser suficiente, que era amada más allá de cada palabra impulsiva o cada emoción incomprendida.
Y ahora lo veo claro. Mi miedo más grande siempre fue no ser la madre que Feli necesita y merece. A veces ese miedo me paraliza.
Hoy, me hizo descubrir todo esto.
P/D: Roci, te quiero.
Quedate tranquila. Si se lo explicamos a Feli, es porque primero lo aprendimos nosotras.
Este texto nació del alma, como cada uno de los productos que creo.
En mi tienda vas a encontrar abrigo, suavidad y un poquito de contención, para vos y para tu maternidad.